El tiempo pasa como una brisa, removiéndolo todo, invisible, a ráfagas, dejando el mundo en su sitio. El tiempo se cuela entre los muebles, alza los cabellos de esa niña y los hace ondear despejando su mirada que se pierde en el mar lejano, que es la fuente del tiempo. A veces choca contra mi pecho, enfriándome, pero también haciéndome visible, perfilando mi carne, entonando canciones de viajes con el pobre latido de mi corazón. El tiempo, como una brisa, trae a veces flotando aromas antiguos, roces decisivos, el tacto fundamental de unos brazos. Y aunque esa brisa va y vuelve, enredándose una y otra vez en el cabello de la niña, algún día soplará y nos habremos ido, y aún entonces el tiempo poseerá la blancura de tu amor, la frescura de tu amor paciente, la libertad de tu valiente amor. Sí, el tiempo es una brisa, invisible, desenvuelta, ingobernable, una brisa que me acaricia dejando el mundo tal como está; una brisa en la que vuela prendida la fragancia de tu amor sin muerte.
domingo, 20 de mayo de 2012
Regalo de cumpleaños
domingo, 22 de abril de 2012
lunes, 16 de abril de 2012
Crónicas del carril bici: 3. Pasos de peatones
Vile se llama realmente Virgilio Leonardo. Su acomodada familia consideró un desdoro ponerle al niño Antonio o Carlos. Ahora, con sus veinticuatro años, Vile ha defraudado a su familia, que lo querían abogado y lo tienen ahí, estudiando tercero de Bellas Artes, vistiendo como un desarrapado, con esas barbas y esas rastas desordenadas que dios sabe lo que andarán criando. Es cierto que al muchacho no le falta un perejil: móvil de última generación, ropa (andrajosa) de marca y botines último modelo, una cartera saneada y una intocable libertad, porque sus padres son gente de dinero pero también de educación moderna.
Vile se considera un militante contra los vehículos a motor, contra la caza indiscriminada de ballenas y contra los críticos artísticos. Sus padres, un empresario restaurador de éxito y la dueña de una destacada tienda de moda en la calle Sierpes, gastan una fortuna en lienzos para que Vile pinte cuadros originalísimos, tres al día. Su estilo consiste en hacer agujeros en el lienzo y pintar sus bordes con los tres colores básicos. Considera absurde y ridicule mezclar esos colores: ganas de esconderse en la técnica por no saber expresar lo genuino. Porque Vile ha pasado varios veranos en París, y compensa sus maneras algo bruscas con el uso continuo de delicados términos franceses. Para Vile, además, no hay palabra más hermosa que la palabra alternativo. Se da baños de alternativismo manteniendo una fecunda amistad con grupos de jóvenes vagabundos, que sólo se diferencian de Vile porque en sus rastas anidan pulgas y porque en sus gastados andrajos se ha borrado la marca.
Vile vuela con su bicicleta por el carril bici, con un estilo impecable. Nadie que lo vea puede imaginar, y esto lo llena de satisfacción, cuánto arte y cuánta sensibilidad esconde en su pecho. En la acera hay un joven sudamericano que hasta hace nada paseaba todas las mañanas, lentamente, a un perro enorme y envejecido, con un ojo inservible que miraba siniestramente al cielo. Como siempre, dueño y perro se parecían físicamente. Hace unos días que el perro no va con el joven, y hay que suponer que ha muerto, porque otro perro más joven, arrugado y feísimo, lo ha sustituido en el paseo matinal. El chico acompaña a dos niños: Ricardo y Azucena. Azucena tiene ocho años, viste el uniforme del colegio y lleva en su espalda una pesadísima mochila. La niña, con sus rubios rizos, cruza el carril bici por un paso de peatones hacia la parada de autobús. El chico del perro la mira, y de pronto le grita: ¡Azucena! La niña se detiene justo para que la roce el viento alternativo de Vile, que ha sorteado a Azucena con una habilidad increíble y sigue su camino como si hubiese esquivado una mierda de perro, sin mirar atrás. La chiquilla consigue cruzar, mientras Vile pedalea de pie sobre la bicicleta, con movimientos armoniosos y tres satisfaits…
Águeda Floriánez enseña Método del Trabajo Social en la universidad. Sus alumnos la tienen por persona un poco agria, y su aspecto, mujer delgada en la cuarentena, de risa difícil y vestimenta clásica, lo corrobora. Aun así, se considera una mujer implicada en el mundo. Buena lectora de literatas (“ya los leímos demasiado tiempo a ellos”), lee todos los días varios periódicos de distintas tendencias, porque dice ser apolítica. Aun así, tiene su opinión formada sobre todo lo que ocurre, y si alguien se la pide la suelta con ese tono de quien no conoce la duda.
Águeda se separó hará unos tres años. Afortunadamente su hijo y su hija son ya mayores de edad y bastante independientes. Desde entonces no soporta a los hombres. Su marido le echó en cara su huraño carácter, pero ella sabe que lo que en el fondo él buscaba era carne joven, como todos. No le interesa demasiado el sexo, que es cosa de machos. Lo suyo, lo femenino, es el amor, aunque en estos tres años no ha encontrado a nadie digno de sus sentimientos.
Águeda se desplaza a su trabajo en una bicicleta preciosa, muy limpia y con un cestito de fantasía en el que acarrea sus carpetas. Cuando se detiene en un semáforo debe saltar desde el sillín al suelo: lo lleva tan alto porque cree que así gana en elegancia. Cuando pedalea suele pensar en la vida, en la suerte, en el amor y el desamor, en esas mujeres enormes que fueron las que realmente levantaron el mundo. Hoy, sin embargo, algo la saca de sus pensamientos. Una chica sudamericana se le ha cruzado en un paso de peatones. Águeda ni siquiera se ha percatado del paso, y sólo acierta a saltar del sillín para no caer con el choque. La chica que ha atropellado no dice nada, sólo se recompone un poco y se apresura a cruzar el paso de peatones lo más rápido posible. No han intercambiado una sola palabra. Águeda mira con cara de asco a la mujer, y advierte su piel oscura y descuidada, su grosero pelo negro, su ridícula estatura andina, una mujer tan desarreglada y vulgar, tan inoportuna… Águeda siente sobre ella la mirada de todos, y la culpable es esa pedigüeña, esa estúpida que ha tenido la desfachatez de cruzarse en sus pensamientos…
jueves, 12 de abril de 2012
Gloria
Foto de http://laboraldesevilla8084.blogspot.com.es
Si acaso necesitábamos alguna prueba de que aquellos días fueron un sueño (bueno y malo a la vez, intenso en todo caso, como lo son las experiencias inolvidables de la vida), Gloria apareció Alameda abajo para confirmarlo. La reconocí de lejos. Reconocí su paso y su forma de peinarse. Es asombroso cómo no ha cambiado casi nada; más de treinta años han pasado y su rostro, su expresión, siguen siendo los mismos. No hay apenas arrugas en su semblante, lo que ojalá indique que ha tenido todos estos años una vida llena y feliz.
Desde el primer saludo la tuteé. Con los años las diferencias de edad se van diluyendo, y a estas alturas su autoridad ya está más que asentada; no necesitábamos de tratamientos para reconocer que fue una excelente profesora. Excelente no sé si por sus métodos, no sé si por la profundidad de sus conocimientos, pero sí por su ilusión al transmitirnos aquello que sabía, y sobre todo por el respeto que siempre nos tuvo como personas, que es, sin ninguna duda, la mejor forma de enseñar respeto. Como recordó Juan Antonio, con aquellos papeles del Club de Roma que Gloria nos leía en 1976, nuestra profesora no se limitó a embutirnos de conocimientos biológicos para hacernos hombres instruidos, sino que se saltó muchos límites de la época para tratar de convertirnos en seres humanos pensantes y justos, que es la categoría más alta a la que podemos seguir aspirando.
Y ahora, con esta tarde tan agradable que pasamos juntos, Gloria, sin dejar de ser nuestra profesora, se convierte también en amiga, y se cierra un círculo para mí agradabilísimo y conmovedor. Pocas cosas me fascinan más, y pocas me animan más a vivir, que la comprobación de que el pasado tuvo su provecho, y que, entre las cuitas adolescentes de aquel chiquillo perdido que fui, se iba asentando el poso de verdad y humanidad que hoy da un mínimo equilibrio a mis días.
martes, 10 de abril de 2012
Solitarios
La luna, esbozando las torres oscuras, trazando el borde remoto de las nubes, alumbra el paso de los solitarios. Ellos caminan entre risas insuficientes, con atronadores silencios, y como los náufragos, para no perecer, se aferran al azar, a restos gastados de esperanza. Esta noche el mundo está lleno de solitarios, y la luna se apiada de ellos con su luz desmayada, que al fin sólo ilumina con timidez las torres calladas y las lejanas nubes pasajeras. Esta noche no hay amor, sólo hambre…
Los solitarios se preguntan por la felicidad, acarician su sombra y fantasean con el tacto inmortal de ese cuerpo que revelará el eterno secreto. La vida es un río donde los solitarios quisieran flotar, dejarse llevar por la corriente imperceptible y por el rumor de las tardes doradas, con otros dedos enredados en sus cabellos. Pero esta noche, observados por una luna constante y estéril, forcejean con la vida como ahogados, vagabundean por un indescifrable revoltijo de anhelos, se hunden en el melancólico deseo del delirio.
Dime, luna, dime dónde se esconde la suerte, dónde vive ese amor que los solitarios presienten. Dime, dime tú de dónde mana la luz dorada del atardecer…
miércoles, 21 de marzo de 2012
Joder, hay que echarlos
Es que es verdad, joder, hay que echar a estos sinvergüenzas. Es cierto que una mayoría significativa de políticos anda metida hasta las cejas en la corrupción, y que el resto, como poco, estafan a sus electores cambiando sin sonrojo sus programas tras las elecciones, echando mano del cinismo y la chulería en lugar de la honestidad y la elegancia. Y es cierto que en todos los partidos cuecen habas, pero joder, hay que echar de una vez al PSOE de Andalucía, de Asturias y del universo.
También es cierto que el PP viene privatizando servicios básicos cuya única garantía de universalidad reside en su carácter público, y que como ya andan demostrando allí donde tienen el poder, harán que los servicios sociales, la sanidad y la educación privados obtengan más y más ayudas por parte del estado, mientras que sus hermanos públicos irán quedando poco a poco como un triste residuo, limosnas de urgencia para las masas de pobres y piojosos, que además deberán pagar dos veces el servicio. Joder, es cierto, pero vuelvo a decirlo: hay que dar una oportunidad al PP y echar a los otros sinvergüenzas.
Eso es lo que tenemos que hacer, dejar de pensar tanto y guiarnos por nuestros ascos. ¿Que para largar a esta cuadrilla de afectados delincuentes socialistas se hace necesario que cada uno se clave un puñal en la espalda? Se lo clava uno, oiga, lo que haga falta. Es que ustedes no saben hasta dónde ha llegado la prepotencia y el caciquismo de estos socialistas... Sí, de acuerdo, los conservadores hacen lo mismo allá donde gobiernan, y su partido está sumergido en un mar de escándalos, pero… no es lo mismo, y es que el cambio es necesario. ¿Que no es un cambio a mejor? ¡Mala suerte! Ya reflexionaremos sobre el asunto dentro de un tiempo, y en cuatro u ocho años echamos al PP y ponemos a otro... Tenemos todo el tiempo del mundo, porque nuestra capacidad de sufrimiento es inmensa, sobre todo cuando acucia el miedo a perder nuestra grotesca pero amable normalidad.
Además, que todos debemos contribuir al cambio, que la cosa está muy mala. Es verdad que los bancos ganan más y más dinero, y que entre ese dinero que ganan están los miles de millones que nuestro amado gobierno les regala a cambio de nada. También es verdad que las grandes empresas, plagadas de agradecidos políticos, no dejan de obtener enormes beneficios, parte de los cuales provienen de ahorros en gastos laborales, de despidos y recortes en salarios y garantías sociales de los trabajadores; que a la mínima se van a otros países donde puedan encontrar verdaderos esclavos que tengan verdaderas ganas de trabajar. Por supuesto, los socialistas siempre entendieron que éste era el camino, pero fueron tímidos y calculadores, y no acabaron de aceptar del todo que el mal traería el bien. ¡Y es que todos tenemos que hacer un esfuerzo, que ya hemos dicho que la cosa está muy mala, oiga! Y hay que seguir comprando armas, y fabricándolas para vendérselas a esas hordas de moros y negros andrajosos que no saben vivir sin matarse. Hay que dejarse ya de tanta justicia, de tanta palabrería, porque la decisión es lo que importa. Antes la cifra del paro aumentaba por la incompetencia socialista, ahora sube como prueba irrefutable de que la reforma laboral que sostiene el desempleo nos llevará, en un plazo razonable, al paraíso de la plena esclavit… quiero decir, al paraíso del pleno empleo.
Por ejemplo, si los pérfidos socialistas mantienen hoy una red repugnante de residencias de la tercera edad, en la que se aparca a los viejos para que, aislados de los estímulos de la vida y despojados de muchos derechos fundamentales, se convenzan de que lo suyo es morirse prontito y dejar de dar la lata, ante eso lo que hay que hacer es aupar a la derecha que acabará con el problema: los gastos en residencias, en ayudas a la dependencia, en medicina, en ayuda a domicilio, resultan a todas luces excesivos, y ¡todos debemos poner de nuestra parte, joder! Así que el que quiera aparcar a un viejito que pague el parking de su bolsillo... No nos iremos a asustar ahora, ¿verdad? Miremos a nuestros padres y nuestros abuelos. Debieron superar épocas terribles, y eso los hizo crecer como personas. Eso es, estamos demasiado protegidos por Papá Estado, y a partir de ahora Papá PP se quedará con el dinero de nuestros impuestos para financiar a la Iglesia y a cuatro prohombres que crean riqueza, engordando nuestro PIB y nuestra renta per capita... Pero no olvidemos que lo fundamental es que ¡hay que echar a los socialistas!
Que la mujer no puede abortar... ¡que se joda la mujer! ¿A qué hemos venido a este mundo? ¿A disfrutar? No, señores, a cumplir con nuestros deberes. Si follas apechuga con lo que te venga, joder. La vida es lo que importa, aunque sea una mierda de vida. Y miren todos esos enfermos, todos esos homosexuales que pretenden manchar el sagrado sacramento del matrimonio con sus desviaciones (sexo sin reproducción, ¡qué repugnancia!)... Estos socialistas, además de mangantes y prepotentes, han tratado de destrozar nuestra civilización con la milonga de los derechos y la igualdad, y menos mal que lo hicieron tímidamente, con cuatro cositas que aún se pueden arreglar. ¡Que vuelvan los crucifijos a las aulas, que regresen las catequesis, los catecismos y los sacerdotes a nuestras vidas!
Lo que jode realmente es esa gente que se dedica a complicarlo todo, a darle vuelta a las cosas como si las cosas no estuvieran claras, en vez de dedicarse a vivir la bonita rutina diaria, aceptando que quienes saben de todo esto son los políticos, y los de derecha particularmente, gente seria, bien vestida, rica, con estudios, con buenos modales, con oratoria, amigos de sus importantes amigos, gente que sabe lo que nos conviene. Y para eso hay que echar a los socialistas, señores, y si hay que votar al PP, aunque seamos unos jodidos tiesos, ignorantes y cobardes, y tengamos que traicionar las ideas y los esfuerzos de tantas y tantas personas que dieron su vida por la democracia y por la libertad, pues hay que hacerlo. Ya se acabaron las ideologías, y de paso también las ideas... ¡Cuánto daño han hecho las ideas! La revolución suele ser sucia, y perturba a los esclavos, los aparta de la televisión. Y digo esclavos en masculino, porque las esclavas (del Señor) deberían ir comprendiendo que su lugar está en casita, criando a sus hijos. ¡Así verán como baja el paro! Y si hay que construir una carretera por el Coto Doñana, pues se construye, joder, ¿o van a ser más importantes los linces que los empresarios? Si el problema es que con la democracia los tiesos nos hemos creído que todo el monte es orégano. Hemos jugado a ser ricos, y ricos sólo pueden ser unos pocos, oiga. Y aún más, hemos jugado a ser poderosos, hemos intentado extraer consecuencias de esa frase tan ingenua: la democracia es el poder del pueblo. ¡Ja! ¿No nos damos cuenta de que cuando el pueblo manda lo que único que se produce es desorden? Hasta el PSOE ha entendido que una educación de mierda tranquiliza a la gente, la despreocupa, la hace más manejable, sí, pero siempre por su bien. A ver, ¿no nos basta con votar? Entre elecciones debemos atender a nuestros asuntos de tiesos, a nuestras cervecitas, nuestro fútbol, nuestra parienta cuidando de la casa y enfrascada en la novela, y nuestra lucha diaria, que quien no lucha no quiere a su país ni quiere a su madre.
En fin, hay tantas cosas que arreglar, tantos ámbitos en los que nuestra sociedad ha abandonado la senda gloriosa de otros tiempos, tantos dislates que reparar. ¡Qué ilusionante el nuevo proyecto del PP! Los tiesos debemos echar inmediatamente a los socialistas, porque quién te dice a ti que pensando y pensando no sufrimos una hernia en el cerebelo y acabamos (¡qué mal gusto!) cayendo en las verdades del barquero...
Amas de casa y trabajadores, votemos por el PP para recuperar España y poner de una vez a la jodida democracia en su sitio. No sintáis vergüenza por votar a un partido que no ha condenado aún una sangrienta dictadura. Gritad conmigo: ¡Viva España, joder, viva España!
martes, 6 de marzo de 2012
Paisajes con móvil (VII)
domingo, 4 de marzo de 2012
miércoles, 22 de febrero de 2012
Las flores y el desastre
Me encanta el latido natural y sereno de muchos blogs. Cuando comencé a escribir en el mío, allá por enero de 2007, acababa de morir mi madre, un hecho que había sacudido mi mundo sin romper nada, un aldabonazo imprescindible y brutal del que extraje algunos regalos íntimos y esenciales. Y el blog me ayudó a mirar mis sentimientos, a respetar mi individualidad.
Siempre he creído que la sociedad se construye con individuos, con seres únicos, porque las reuniones de acólitos, partidarios, feligreses, admiradores, prosélitos o incondicionales sólo pueden formar masas irreflexivas y manipulables. Por eso, la reflexión privada, el pensamiento propio me ha parecido siempre condición imprescindible para relacionarnos de un modo sano con los demás. En todas las épocas se han producido intentos de sustraer al ser humano de su individualidad para que piense al ritmo de la masa, para que se aglomere en multitudes ciegas, porque una oveja solitaria es mucho más difícil de pastorear que un rebaño entero.
Pero hoy, leyendo algunos blogs amigos, la desazón se producía justo por lo contrario. De entre todos los blogs que leo, sólo uno contenía una cierta referencia a la situación actual de nuestra sociedad. A mí mismo me está costando la misma vida sentarme a comentar esta abstrusa realidad que nos rodea, tal vez por eso mismo, porque no sólo nos hemos acostumbrado a las mentiras sociales, y no sólo nos sentimos profundamente cansados de esas mentiras, abstrayéndonos de ellas en la calidez de nuestros rincones particulares, sino que la realidad se muestra tan compleja e inabarcable que sólo encontramos la falsa salida de la resignación.
El mundo lleva mucho tiempo, quizá lo que ha durado la historia del ser humano pretendidamente inteligente, tomando derroteros terribles: hambre, guerra, injusticia, tortura, infelicidad... Y entretanto muchos tenemos la suerte de disfrutar de instantes felices, incluso de vidas razonablemente cómodas. Imagino que es así, que sólo cuando la ignominia comienza a acercarse a nosotros somos capaces de preocuparnos por ella, aunque hayamos podido convivir toda nuestra vida con el dolor de tantos semejantes, y en la certeza punzante de que todos contribuimos a ese dolor con una especie de avaricia social, de avidez inocente y compartida cuya responsabilidad se diluye nuevamente en la masa. Todos hemos aceptado la creciente organización del mal...
Los que nos miramos por dentro, los que nos emocionamos con esta sonata o aquel cuadro, los que suspiramos enamorados y, mal que bien, trenzamos con esos suspiros canciones y cuentos, corremos el riesgo, cierto y frecuente, de olvidarnos de nuestra responsabilidad individual. Todos, por muy melancólicos y desesperados que nos sintamos, nos servimos de la colectividad, de los demás. Valorar cuándo esa colectividad deja de ser un ente imperfecto pero habitable, y empieza a convertirse en un escenario perverso, donde los principios básicos de convivencia y esa mínima justicia social imprescindible comienzan a pudrirse, es también (y sobre todo) tarea del individuo consciente. Porque el desastre podría sorprendernos recogiendo flores en un prado, soñando con nuestro amor, en el éxtasis irresponsable ante un hermoso crepúsculo sangriento...