Nuestra amiga Ruth, en una como siempre delicada entrada de su blog titulada Buen vino y mejor literatura, atiende al tema de la buena y la mala literatura. En esta entrada, resumiendo toscamente el directo y brillante texto de nuestra amiga, Ruth hace prevalecer el gusto y el disfrute personal sobre otra consideración a la hora de decidir si una obra literaria es mala o buena.
Pidiendo perdón por el mal juego de palabras, siento disentir con Ruth y con los primeros comentaristas de su texto, que abundan en su tesis y la apoyan. Por supuesto, considero que la emoción, la transmisión de sentimientos y el interés de los contenidos son requisitos de la buena literatura, pero no constituyen los únicos requisitos que hacen de un texto buena literatura. De hecho, hay emoción, sentimientos e interés en otras muchas expresiones que no podrían ser nunca consideradas ni siquiera artísticas, y cuando estas expresiones están formuladas por escrito su aceptación en nombre del derecho al gusto personal (inalienable, faltaría más) nos dejaría flotando en un mar donde todo valdría. O mejor sería decir, donde cualquier cosa sería valiosa desde el punto de vista literario con tal de que le gustara a alguien. Creo que confundimos (en un error muy extendido en el que, en un lugar o en otro, todos caemos con facilidad) el gusto personal, y el derecho que todos tenemos a él, con la valoración de una disciplina artística y de sus obras. En esta disciplina también interviene el gusto, pero éste debería tender a refinarse, y no a refinarse para hacernos más refinados y cultos, sino ante todo para hacernos disfrutar cada vez más, para que las sorpresas que uno se lleva con estos pequeños tesoros que son los libros sean cada vez más intensas e inolvidables.
Ruth pide una definición, y a continuación expone varias características que, en su opinión, nos podrían ayudar a valorar una obra literaria: una buena gramática, una buena estructura, un tema interesante, imaginación, vocabulario correcto, credibilidad y en general una historia que “te haga lamentar haber acabado el libro”. Es una lista sin duda apropiada, pero claro, estos criterios pueden ponderarse, y unos darán más importancia a la estructura, otros al tema, aquélla a la imaginación y éste a que consiga echar una lagrimita al final del libro. Leyendo a Ruth recordaba que de pequeño, con unos diez años, rodeado de una gran familia extensa, por mi casa pululaban siempre varios ejemplares de fotonovelas, que eran devoradas con fruición por las mujeres de mi casa. Corín Tellado era la autora más leída en mi casa, y lo siguió siendo muchos años hasta que conseguí que mi abuela, ya postrada en su sillón, se bebiese todo lo de Agatha Christie, Simenon y Conan Doyle. Te puedo asegurar que pocas veces he encontrado más emoción, más sentimientos y más interés en ninguna obra artística que en esas historias truculentas y apasionadas. Sólo en la vida real me han ocurrido sucesos más emocionantes que aquellos que le leí a esta buena mujer. De hecho, se dice que Corín Tellado es, entre los autores en lengua castellana, la más leída después de Cervantes. Ahí es nada. Ahora bien, ¿se la puede considerar una buena escritora? Sus obras, ¿son buena literatura? ¿Son literatura? Aquí es donde quiero incidir sobre una aspecto relevante del asunto: a mí, así, a bote pronto, me importa bien poco si Corín Tellado es o no es literatura, lo que me importa es que si al coger alguno de sus textos me siento capaz o no de leerlo, y por supuesto ahora no me siento capaz, y no por insuficiencia mía sino del texto. Aquel interés, aquella emoción y aquellos sentimientos que la obra conseguía comunicarme en mis diez años se han atenuado o han desaparecido. Ahora ni siquiera la catalogaría como una obra de formación del lector, porque desde ese punto de vista cualquier cartel publicitario o cualquier panfleto evangelista también lo serían. De entrada, y basándome en cierta sensibilidad lectora que he ido adquiriendo en estos años, y que hasta ahora me ha llevado a leer obras muy hermosas, supongo que la obra de Corín Tellado debe ser una bazofia literaria porque me resulta imposible leerla.
Quiero decir que no deberíamos colocar nuestro objetivo en la determinación de qué obras son buenas y cuáles malas, sino en el crecimiento personal, en ir aprendiendo a leer, de forma en gran parte inconsciente, guiados precisamente por ese gusto que ensalza Ruth, pero no por un gusto estático y final, sino abierto y ambicioso. Más que lamentar el final de una buena obra, deberíamos ansiar esa sensación mitad terrible, mitad deliciosa de preguntarnos al final ¿y ahora qué puedo leer que no me decepcione?
Lo que tal vez nos engaña es el papel que desempeña el gusto personal en todo este tinglado. Nunca pude leer a Rowling y a sus deslavazadas historias de imaginación al por mayor. Y creedme que lo intenté, que compré alguno de sus libros, que traté de leérselos a mis hijos (que tampoco los soportaron), y que aficionado a este tipo de obras quise leer algo para poder entender su impresionante éxito. Pero nada, no pude. Sin embargo, soy un enamorado de Tolkien, sobre todo de sus tres grandes obras (Silmarillion, El Hobbit y El Señor de los Anillos). Me aburre su amigo Lewis (Narnia es una obra con momentos de extremo ridículo), y considero bastante simple al bueno de Ende. En cuestiones de imaginación, a mi juicio Poe es uno de los más grandes. Digamos sin temor a equivocarnos que cualquiera reconocería la distancia cualitativa que existe entre Rowling y Corín Tellado, aunque seguramente habrá alguno que me discuta el gusto mayor por Tolkien sobre Ende o Rowling. Muchos menos serán los que pondrán en tela de juicio la grandeza de Poe al lado de casi todos los mentados... Juro que me fastidia una barbaridad verbalizar estas escalas del gusto, pero lo cierto es que existen, y existen con ciertos parámetros objetivos que impiden que a nadie en su sano juicio se le ocurra conceder más calidad a la Tellado que a Poe. Porque si la cuestión es de puro gusto, ¿quién me impediría afirmar que la asturiana le da varias vueltas al estadounidense?
Y aquí llegamos a la parte final de mi planteamiento, sin la cual todo esto que he dicho probablemente podría malentenderse: todos tenemos el derecho a leer lo que nos dé la gana. Pero aún más, todos tenemos derecho a ir formándonos en la lectura, y a no entender y no disfrutar, en determinados momentos de nuestro camino, de determinadas obras maravillosas, pero sí de otras obras menores. ¿Quién podría decir que esos versos de la alumna de Ruth no son increíbles, y un germen de literatura si no literatura misma? ¿Quién podría decirle a aquel niño que, sin haber leído casi nada, se bebía las fotonovelas de su abuela, que aquello no era literatura, y que lo que debía hacer es leer El amor en los tiempos del cólera? Aunque nadie, supongo, tendrá la más mínima duda de que en cualquier frase de la obra de García Márquez hay mucho más romanticismo que en toda la obra completa de Corín Tellado. Supongo...