jueves, 8 de febrero de 2007

Y luego el primer capítulo...

Sí, bueno, tal vez hubiese sido mejor que Denys Arcand se hubiera detenido en El declive del imperio americano. No veo la impostura que mi amigo Moyano le adjudica a Las invasiones bárbaras, porque, como la primera película, no deja de ser una pintura acabada a pinceladas imprevisibles, como una foto borrosa del caos en el que vivimos, una instantánea que luego, tras ser observada con más detenimiento, revela un elegante retrato del mundo. Y en este sentido el segundo capítulo parece querer explicar lo que no necesita explicación y, a la vez, es inexplicable. Aunque también es cierto que enfoca un poco más ese componente esencial de nuestras vidas: la muerte, y cómo ella consigue que elevemos nuestras miserias a tesoros; sí, quizás sea por ahí por donde la película aporta algunas pinceladas esenciales al cuadro de antes. Con la piececita de piano del final, y esa imagen de la casa nevada y solitaria, sentí que dentro de unos cincuenta años yo y casi todos mis amigos no estaremos ya por aquí, y ahora se trata de decidir si en la balanza de nuestros méritos pesará más el platillo del honor o el de las delicias.

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