Hoy cumples setenta y cuatro años, Mamá, como setenta y cuatro soles. Conservas ese rostro que todo el mundo asocia correctamente con la dulzura, aunque no podemos negar que eres de enfado fácil. Alguien debía yo tener a quien parecerme… También yo voy cumpliendo mis años, Mamá, y conforme los cumplo en mi mirada, en el dibujo cansado de mis ojos, en los gestos diminutos de mis pómulos y mejillas y en la actitud razonable de mis labios, voy notando la herencia de tu dulzura. No, no te digo que yo sea dulce, ya sabes lo arisco que puedo llegar a ser, pero tal vez al irte te hayas dejado atrás algunos gestos que se han ido acomodando a los rostros de los que te queremos.
Cuando te he dejado el ramo de flores en el jarrón chino he intuido tu alegría. Era un ramo pequeño pero precioso, ¿verdad? Al colocarlo, desde dentro de la tumba me ha llegado un rumor silencioso de sangre afianzada, de sangre buena. Verás, el jarrón lo he comprado en la tienda de los chinos, no es que pertenezca a ninguna dinastía ancestral, pero es bonito, clásico, y a ti te gusta, lo sé. Me has mirado emocionada, y te ha complacido hasta el trabajo que me tomé en lastrarlo de piedras para que no se caiga con el aire, en llenarlo de agua y distribuir en él las margaritas, los claveles, la rosa roja, y esas florecitas malvas que no sé cómo diablos se llaman. Todo eso bajo un calor de justicia, que aquí la primavera ya es historia y a las tres y media de la tarde estaban cayendo sobre el cementerio treinta y tantos grados. La abuela nos ha observado sonriendo, con esa risa pura que siempre gastó, y tu hermano Juan, es cierto que con alguna traza de melancolía, también ha sonreído, con los labios cerrados, como sigo recordándolo casi todos los días. Sorprendentemente, tu hermano Manolo, que tan fácil tenía la carcajada, ha permanecido serio, tal vez consciente por primera vez de que estábamos donde estábamos, y que aquel iba a ser por siempre su paisaje. Tú sabes cómo es él, siempre en la luna…
Pero lo que sé con seguridad es que ese rumor silencioso y esa imperceptible remoción de sentimientos se notaron inconfundibles en la quietud del solitario cementerio. Y sé, Mamá, que ya no hay vuelta atrás, que nunca hay vuelta atrás, que el tiempo tiene un solo sentido que nadie conoce. Pero quiero creer que sois la tierra fecunda sobre la que crecen tus nietos, y sé que de sólo pensarlo todos los enfados y todas las tristezas se evaporan de tu pecho, que vuelves a sonreír, contenta de andar todavía, siempre con nosotros.
Feliz cumpleaños, Mamá, te sigo queriendo mucho.