lunes, 28 de mayo de 2007

El vikingo

El vikingo llegó a Escocia y conquistó sus parques. Su padre y él se embarcaron en una travesía insensata, a miles de kilómetros del calor del hogar, pero descubrieron bosques mágicos, con veredas salpicadas de ranitas confiadas, y quién sabe cuántos duendes disfrazados de ramas. En el camino su padre le relató muchos cuentos, y se toparon con ovejas bulímicas, focas perezosas, castillos lunares, lagos de aguas negras, abejas insidiosas, islas inconstantes, un reino de luz amable y verde fascinación. Por eso el vikingo, tras conquistar aquellas tierras con su risa y su voz inolvidable, regresó a casa con un deseo pertinaz de volver a entrar en aquel vagón abandonado, aparcado al borde de un lago, en el que, mientras su padre tomaba un té, jugó con él a juegos olvidados; o de oír de nuevo la voz definitiva de aquellos trovadores de espadas terribles, y en el patio del lugar luchar contra el tiempo, y conquistar las Tierras Altas. Ah, y adueñarse de aquella pequeña islita a sus espaldas, donde se distinguían las tumbas de un rey y una reina...

viernes, 25 de mayo de 2007

Jacaranda

Vuela una cigüeña con parsimonia sobre el caos de la ciudad, sobre esa suma de prisas y dignas banalidades que borra hasta la última huella del silencio. Apenas quedan trazas de la moderada y efímera luz de la primavera, y Sevilla se hunde con paso firme en el centelleante verano, donde los días son eternos y los resplandores excesivos. Ahí, en medio de la calle, siempre añorante de mar, la jacaranda pinta un manto malva a sus pies, sabiéndose incapaz de llenar Sevilla con sus flores. Hace lo que puede, sucediendo en el renacimiento a los intensos aromas y las florecitas nerviosas del Paraíso, reuniéndose a veces en largas avenidas para que la alfombra asombre y acoja, y apacigüe los pasos de los viajeros perdidos, esos que, deprisa, no van a ninguna parte. Otras se hospedan en los jardines del Alcázar, jacarandas serenas y privilegiadas que enredan con esmero el amarillo albero y el verde nuevo del vergel, coloreando ese oasis donde el bullicio no osa entrar, quedándose siempre más allá de las murallas. Allí, entre gynkos y naranjos, suspiran malvas por el sosiego de todos nosotros.

(Foto de Grzegorz Komar - http://grzegorzkomar.com -, en http://www.trekearth.com/gallery/Europe/Spain/photo201435.htm)

Cruzando el Atlántico

Parece ser que los que hemos gastado y regastado los discos, primero de vinilo, luego en cintas de hierro y cromo, y al final compactos, de maestros como Genesis, King Crimson, Emerson, Lake & Palmer, Van der Graaf Generator, Pink Floyd... y que habíamos perdido las esperanzas de volver a sumergirnos en nuevas y vitales sinfonías de fuerza y dulzura, en esos lujos de destreza y elegancia que nos regalaron estos señores, podemos considerarnos afortunados, porque por ahí quedan artistas que, sin el aplauso del mercado, siguen trabajando la música como algo distinto de un mero entretenimiento que zumba en tu oído mientras haces otra cosa.


Si el otro día comentaba el descubrimiento de Echolyn, ahora me quedo con el frescor y la hermosa ingenuidad de Transatlantic, un grupo formado por átomos que venían de explosiones anteriores, y que, al parecer, ya se disgregó también, para repartir, entre otros experimentos igual de interesantes, a unos músicos tremendamente conscientes. Me queda por investigar un poco a The Flower Kings, y a Spock’s Beard, grupos en los que aparecen algunos de los músicos de Transatlantic. Sobre todo, Ronie Stolt parece ser uno de los pioneros de todo este movimiento. Los hilos invisibles se pueden descubrir en cualquier lugar donde haya un poco de vida, y aquí también. Escuchas un grupo, te embruja, investigas un poco (tiras del hilo) y descubres otras maravillas.

Dioses

En un concierto de Rory Gallagher, que celebraba en un teatro de Dublín, todo el mundo se removía sentado en su asiento, pero un par de borrachos iban y venían por el pasillo del patio de butacas, bailando y perdiendo el equilibrio. En cierto momento, Rory se acercó al borde del escenario, y en ese instante uno de los borrachillos se acercó también al músico irlandés, alargó lentamente su brazo y rozó con sus dedos la guitarra de Rory. Nunca asistí a una imagen más hermosa de lo que significa adorar a un músico. Huyendo de los fanatismos, hay veces que algunos seres humanos se equiparan a los dioses, y en esos instantes es maravilloso andar ahí, cerquita, para contagiarte un poco de su divinidad. Tal vez sea por eso que uno no puede dejar de escuchar a Bach, el creador de Dios...

viernes, 18 de mayo de 2007

Juego otra vez

La gente iluminada me produce sarpullidos. Y con esto no quiero declararme partidario a ultranza de la razón. Por ejemplo, en estos días en que trato de dar un repaso intenso a Cortázar, releyendo lo leído hace siglos, y leyendo lo que entonces se me escapó, no paro de preguntarme por qué un escritor así, una persona como él me atrae tanto. Porque Cortázar basa casi todas sus creaciones en la idea de que la casualidad tiene arte y parte en nuestras vidas, y que posee una especie de sentido, unas reglas identificables que fácilmente se nos escapan a nosotros, acostumbrados a mirar el mundo con ojos escolares. Cortázar podría ser un iluminado de esos que me hacen huir, de esos que juegan para convertir al prójimo, para reivindicarse en él. Pero no. ¿Por qué? Hay una respuesta sencilla: Cortázar juega, pero siempre vuelve de los juegos, porque, además, de esta forma los juegos divierten y no se convierten en otra vida que vivir. En cuanto nos tomamos en serio un juego éste deja inmediatamente de serlo, y se transforma en una nueva preocupación, en una nueva firma de responsabilidades, en un nuevo compromiso de mínimos eternos.

Cuando jugamos (bien) al Monopoly mantenemos dos actitudes contrarias pero perfectamente compatibles: por un lado nos implicamos en la partida para desplumar a nuestros adversarios; pero, a pesar de que ello no influya en nuestro despiadado afán lucrativo, por otro lado nunca olvidamos que esos a quienes queremos arruinar son nuestros hijos, nuestra tía, nuestra pareja… y que afortunadamente todo es un juego, que no los arruinaremos de verdad. Pero en un alarde infantil de creatividad tardamos un milisegundo en concebir otra nueva treta para hacernos con las tres propiedades rojas y sembrarlas de hoteles, y luego cobrarles a nuestros contrincantes sumas millonarias, y dejarles el bolsillo lleno de agujeros. Benditos contrincantes…

El juego, dentro de el mundo, es un mundo sin pretensión de convertirse en otra cosa que un sueño. Es teatro privado (¿qué es el teatro sino un juego?), carnaval, disfraz y exceso, visita instructiva al pecado y a la inmoralidad, disonancia divertida, y también, porque hay vuelta, fuente fresca de argumentos para aliviarnos de nuestras costumbres. ¿Jugamos?

miércoles, 16 de mayo de 2007

Desprecio

Soy más de odios que de desprecios, reconozco que casi siempre por pura incapacidad para lo segundo. Quién sabe si también influyen las prisas. Cualquiera entiende que para el desprecio se requiere una cuidadosa reflexión, una tranquilidad y un aplomo que no todos ni a todas horas disfrutamos. Pero al fin y al cabo nos educaron (nosotros mismos seguimos educando) en ese mal moderno, y de lejos más nocivo que el cáncer: las prisas, que son una de las razones fundamentales por la que el odio anda mucho más extendido que el desprecio.

Y eso que despreciar constituye un ejercicio bastante más creativo que odiar: cuando desprecias has valorado con los ojos abiertos; por el contrario, el odio es, como muy bien apunta la tradición, ciego. De ahí que el desprecio deba enfrentarse a otro enemigo: la sociedad, los mecanismos sociales que nos quieren obedientes, que en sus mejores sueños mecánicos nos imaginan hormigas, soldados que pueden embarcarse en sus odios ciegos, pero siempre que vuelvan a la fila sin haber adquirido tras la experiencia ideas nocivas (una idea nociva es como un copo de nieve blanco...).

Por mi propensión al odio (un comportamiento en mí más frecuente de lo deseable), y por la sanidad que observo en la raramente alcanzable dicha del desprecio, puedo confirmar que esos pocos y pequeños desprecios míos acaban convirtiéndose, por puro contraste, en ascos ejemplares. Debo advertir que no me mueve pretensión alguna de abanderar verdades, ni de convertirme en más juez que en el que sentencia en el estrado de mi propio capricho y con la jurisprudencia restringida a donde alcanza mi humilde aura. Y es que el desprecio bien entendido posee esas otras virtudes: siempre es personal, y no agrede al despreciado, sólo lo desatiende, prescinde de él, lo desestima: no le quita nada, sólo no le da. Por supuesto, alguien podría entender que se produce una especie de agresión moral, pero únicamente se puede concluir tal cosa si se parte de la dudosa premisa de que todos tenemos la obligación moral de darnos a los demás. Y yo, espero que se me perdone, o mejor, que se me comprenda, considero que no hay amor, ni amistad, ni el más mínimo átomo de cariño que no languidezca, o incluso que no se desintegre, al contacto con la obligación, sea moral, marital o militar.

A estas alturas, se podría andar pensando que estos párrafos apologizan sobre un acto que, no cabe duda, no es de puro amor, no acerca al otro, sino más bien sobre un acto de gris indiferencia y triste desafecto hacia el prójimo (como a ti mismo, que diría Don José). Pero el mundo es como es, y a pesar de todos los buenos deseos que nos hagamos cada mañana, a pesar de que tratemos de orientar nuestros actos con principios y buenos propósitos, no podemos negar que cada día cruzarán nuestro camino elementos que nos provocarán odio, desprecio, repugnancia… En el mundo, en nuestras calles, junto a seres mágicos y a individuos básicamente bienintencionados, transita gente en mayor o menor medida indeseable, grotesca, desalmada, embrutecida, gente opuesta a la ecuanimidad, a la razón, que se ríe de los sueños, que se cuelga de los árboles de esta selva y maniobra para impedir con sus gritos bien adaptados que la sensibilidad suavice con luz las sombras del caos. Esta fauna también es parte de la realidad, y la única forma que conozco para tratarla sin caer en sus taras es el respeto, el respeto en su más alto sentido, en el de la consideración. Y cuando acabas de considerar a determinados seres, con mayor o menor vigor acabas despreciándolos, y a continuación olvidándote de ellos porque nuestro tiempo es escaso, y nuestros sentidos no dan abasto para tanto asombro.

Adoro mis desprecios, porque son la rehabilitación de mis odios, y porque me acercan un poco más a los bosques de hadas, y a las largas conversaciones entre duendes; porque su esencia de comportamiento cabal roza mis gestos como una brisa apaciguadora, y puedo acariciar y ser acariciado sin mucho miedo ni demasiado odio a la vida.

lunes, 14 de mayo de 2007

El juego

El juego, ese reino, o interregno (según se vea), ese mundo propio, recogido e infinito hacia el centro, esa pompa de jabón de mil reflejos irisados que siempre explota, dejando en tu cama y en tu aire el perfume de lo imposible. Habría que designarlo disciplina obligatoria en los colegios, para que los niños nunca olviden su condición, para que, en materia de sueños, nunca cumplan años. Aunque en los colegios el juego debería convertirse en método inexcusable, en suelo y cielo, en puertas y paredes, en el color insustituible de las pizarras.
(Extracto de los Escritos Futuros)

sábado, 5 de mayo de 2007

Mirá que sos...

Mirá que sos... Entrás en la casa y ni mu. ¿Qué menos que esbozar un saludo, siquiera ese pequeño rastro de caracolito misterioso que dejás al pasar? Pero no, caminás de puntilla como una bailarina, sin provocar el mínimo ruido, haciendo y deshaciendo los pasos como una diosa transparente, y antes de rajarte hurgás en los cajones de la casa, en busca de secretos y delicias. Pero juraría que vos ya sabés que podés comportarte conmigo a la criolla, porque yo transito la vida de puro vicio, y nada más lejos que yo de un alma podrida; arrabalero sí, y a mucha honra, y si querés un tanto safado, pero lo que me cuadra es el mero juego, la timba sin pelar a nadie, la milonga sentimental de a ratos, que de caprichosa acaba siendo la única farra que no se descompone en fiaca. Decí hola, miráme otra vez entre el montón de piojeras boludas, como descubriendo un nuevo continente. Decí algo, papirusa...

Más de Don José

Con esta edición, como otras tantas que se hayan publicado, se intenta de forma fácil y sencilla, la consulta sobre la misma, obteniéndose, como es obvio, la ayuda necesaria a entender y facilitar su manejo con las normas de tipología política o lo concerniente a las Comunidades Autónomas.

Recordar a modo de consulta el significado más fácil sobre los temas derivados de su contenido.

Cabe destacar en el caso de la Constitución Española de 1978, la inserción en el aspecto de su ordenamiento jurídico, acomodándose a sus preceptos y (continúa aún presentándose) dificultades muy notables a su acomodación de la normativa a las nuevas disposiciones Constitucionales.

Se pretende evitar de forma totalitaria el caos político existente, penetrando más aún si cabe con anotaciones entre las viejas leyes y la Constitución nueva, quedando con ella olvidadas las rencillas de épocas pasadas partiendo de nuevo.

(José Jiménez Silva, Historia Ilustrada y la Constitución Española, Sevilla, Jamais Sistema Edición, 2003).

jueves, 3 de mayo de 2007

Infusión templada de salvia

Y otras veces todo es rabia, asco por el más mínimo detalle que mueve la calma perfecta de la nada, aversión al más leve sonido que rompe el limpio silencio. Dejar el agua que calentabas para una infusión y cambiarte las zapatillas por los zapatos para bajar y echar una mano con unas bolsas, evitar encontrarte a cualquiera en el ascensor y saludar y mostrarte estúpidamente cortés, y luego volver y de nuevo cambiarte de zapatos, y no recalentar el agua para la infusión de salvia porque qué más da, al carajo la infusión de salvia, me la tomo templada, y tirar entonces el sobre de plástico de la bolsita de té en el cubo de basura orgánica, maldiciendo a la humanidad, y deseándole con ese gesto bobo de rebeldía que se hunda en el caos del que vino. Sí, otras veces, como hoy, sólo aceptarías gestos primarios, y borrarías de un manotazo el resto, toda esta jodida civilización de idiotas en la que vivimos, tanto ajetreo sin furia, tanta luz sin pasión, tanto movimiento grueso, grosero, sin contraste ni detalles… Aunque concluyes entonces que eres tú mismo el primer majadero que se cree toda esta payasada, el mayor de los necios jugando a las casitas un día y otro y otro, mintiendo y mintiéndote, dejándote llevar por la brisa viciada y deleznable del devenir de los ciudadanos gusanos. Estas otras veces las dulzuras diminutas callan, dispersas en las calles y las avenidas, acurrucadas en las plazas muertas, y agachan la mirada y permiten que la realidad se muestre desnuda, tal cual, con todos sus defectos, con todas sus maldades miserables, con toda su chabacana insuficiencia… Y apenas quedan entonces rincones donde descansar.